martes, 21 de abril de 2020

Fragmento 15.

15.
Nereida Erimia · Noviembre 2019
Fragmento

Cornelius Agrippa sonrie al escuchar las palabras de Lancaster, apreciando cierto paralelismo quizá entre las formas de valorar las situaciones que se plantea la fémina en comparación a las suyas propias.

- Sólo hay un enemigo para mi, mi señora, y esa es la ignorancia. Seguida, a su vez, de la estupidez. Habría sido tan inteligente como estúpido que, en el caso de ser mi enemiga, le estuviera proponiendo esto ahora, pues seguramente se habría reído de mi. No la veo como una rival, aunque usted mismo deje claro el nivel de su poder, considerándose una némesis para mi o este colegio. Pecaría de las dos cosas que más odio en este mundo si no la hubiera citado y si no pusiera todo lo que estuviera en mi mano para que forme parte de esto.

No sólo se refería a la escuela. Un destello casi enfermizo asomó en sus ojos. Esto no era un puesto de profesora. Esto no se trataba de mantener un legado. Esto era la mayor contribución a la hechicería, al propio mundo mágico, que dos personas podían hacer, aliándose. Cada una situada a un extremo de la venda, retirando esta de los ojos de cualquier brujo que se negara a seguir sus dictámenes. Por separado serían poderosos, pero juntos, serían el poder mismo.

Como la serpiente que tienta a Adán y Eva, la sibilina Catherine se acerca sin titubear a Cornelius, quien sí titubea por no estar acostumbrado al contacto. Mucho menos cuando se habla de mujeres.

- Diga su precio. Si hay alguien en este mundo o el siguiente que puede pagarlo, seré yo.

Los ojos de Lancaster vuelven débil a Agrippa, que no esperaba aquella proximidad, sino únicamente unir sus intereses en un cónclave. Por desgracia para él, la tentación desborda el vaso y un ingrediente más se añade en aquel pacto: el deseo. Rígido e intentando evitar su mirada, Cornelius busca mantener la compostura frente a alguien que ya ha visto de sobra sus debilidades. No obstante, no puede alejarse de aquella mujer. Quiera o no, sería un desprecio que podría cobrarse más de lo que tiene. Y aún con todo, tampoco besarla. Ni siquiera se acordaba de cómo se hacía tal cosa.

Fragmento 14.

14.
Nereida Erimia · Octubre 2019
Fragmento

Las palabras de la mujer sacudieron por un instante la paz que reinaba en la mente del inglés. Segundos después, no obstante, sonrió. Haber aceptado el puesto hubiera resultado una reacción tan plana que aquel cuestionamiento y la falta de interés le resultaron cautivadores. Con tranquilidad abandonó su asiento y bajo esta misma pose serena se acercó hacia la puerta del despacho, asegurándose que la misma estuviera absolutamente cerrada.

- Este centro se fundó hará cientos de años -comenzó-. Entre sus paredes siempre se ha enseñado un tipo de magia que quizás, con los años, se haya vuelto insuficiente para enfrentarse a los retos con los que debe lidiar un mago adulto. Usted, intuyo, debe saberlo mejor que nadie. Nos enfrentamos a un mundo irreconocible a ojos del que fuera el Agrippa original. Él mismo tonteó con ciertas ramas de la magia que, a día de hoy, de seguir vivo, habría profundizado hasta dejarse devorar por las mismas, buscando así sobrevivir a este mundo y los peligros que amenazan el legado de la magia.

Todavía de pie, apoyado en la puerta, Cornelius abandonó esta y se acercó a su invitada.

- Lo que le ofrezco, señorita Lancaster, no se puede contabilizar. Por un lado, recibirá mi favor personal y apoyo a todas aquellas empresas que decida llevar a cabo. Nuestro colegio posee un material de lectura más que sobresaliente del que una mujer como usted podría nutrirse en su afán por llegar más allá en terrenos del demonio -lo que Cornelius no sabía, sin embargo, era que él mismo estaba vendiendo su alma al propio Diablo-. Tenemos a jóvenes que vagan por los pasillos como esxpiravit investigando en favor de la magia. Descubrimientos que podrían beneficiarle y que podría incorporar a sus aptitudes. Por otro lado... tal vez la escuela pueda servirle como tapadera. Circulan ciertos rumores, señorita Lancaster, rumores que estoy seguro preferiría acallar antes de vérselas de bruces con la Inquisición. Esto no es ninguna amenaza -aclaró sincero a pesar de lo que pudiera parecer-. Le estoy tendiendo mi mano -dijo haciendo lo propio, esperando que la mujer la cogiera- con la esperanza de que podamos ayudarnos el uno al otro.

La sombra de Cornelius parecía tomar la forma de aquel que tentara a Fausto, pero lo que no podía ver es que la única que poseía cola y cuernos en su doble oscuro y difuminado por la lejanía era Lancaster.

Fragmento 13.

13.
Nereida Erimia · Agosto 2019
Fragmento

Ojalá el destino hubiera dejado que Cornelius Corneliussen se hubiera criado bajo el embrujo de la narrativa infantil que entretenía y educaba a los jóvenes de su pronta edad. Otro fue, sin embargo, el embrujo del cual el muchacho sacó provecho. Uno que se mantendría de generación en generación y que ahora posaba sus fríos dedos en el joven inglés. Pues la magia de ningún cuento podía asemejarse a aquella que estaba predestinada a sorprender a la familia Corneliussen con un varón que sobresaliera en su aceptación y comprensión, en su mágico uso y curioso conocimiento. Sería Cornelius y nadie más el que rompería con sucinta curiosidad la línea que separaba la magia que durante cientos de años había definido al linaje de su familia, de aquella que por peligrosa y desconocida era escondida debajo de la alfombra sin comprender que el fruto de su existencia era casi más puro que el de aquella magia procedente de la blanca luz.

Un muchacho estricto, serio, de responsabilidades marcadas por un padre que esperaba lo mejor de su sangre. Y aún con todo, rebelde y contemplativo rozando el miedo a que la llama del saber queme su espíritu y maldiga su alma. Así viviría su vida Cornelius, ansioso por quitarse la venda de los ojos que sus allegados pretendían mantener y deseoso por comprender los enredos de una magia oculta que aseguraba sorprender y satisfacer al más ambicioso.

Un suceso abrupto sacudiría el destino de cualquier joven como lo hizo la muerte de su padre y el despertar a todas aquellas posibilidades que se abrían delante de él. Con puño de hierro tomó el cargo de director en el colegio que durante años había mantenido su familia, dejando a un lado su anterior puesto en la docencia pero sin olvidar cuan importante resultaba seguir aprendiendo sobre las artes místicas.

- Bienvenida, señorita Lancaster. Disculpe la espera, pero el colegio no tienen intención de dirigirse solo -declaró mientra tomaba asiento frente a la mujer-. Una pena.

Ya cuando su título todavía era el de dominus, Cornelius no era amigo de las reglas. Sus temarios saltaban de un lugar a otro como un saltamontes y aparecían nuevos conocimientos como por arte de magia. Todos ellos más acordes a lo que este esperaba enseñar y que sus alumnos aprendieran, que a las ñoñerías absurdas de temarios anticuados. Muchos fueron los que se quejaron de tamaños cambios y, sin embargo, ahora que por fin tenía las llaves de la jaula, el brujo podía despedir y contratar a quien le viniera en gana.

- La he hecho llamar para ofrecerle un puesto en la escuela. He entrevistado a un sinfín de hechiceros y no he encontrado nada que me aliente a contratar a ninguno. No sé siquiera si conocerá el centro o si alguna vez ha tenido la intención de convertirse en docente. Sin embargo, le aseguro que de la misma forma que mis profesores influyeron en mi, usted puede influir en muchos alumnos y garantizar un futuro para la magia que nos preserve en el tiempo en lugar de llevarnos al más estrepitoso olvido.

El semblante de Cornelius era cada vez más serio, y su posición menos relajada. Con sus manos sobre la mesa, acompañaba las palabras de gestos y sus proposiciones de miradas.

- No he leído sobre usted en ninguna parte, ni siquiera me han hablado de su existencia. Simplemente... la he sentido. Y de alguna manera, he sentido que nuestros intereses parecían caminar de la mano.

No fue cristalina la fuerza que llevó al joven Agrippa hacia Catherine Lancaster. Fue tan oscura como lo era el pasado de la mujer.

sábado, 28 de marzo de 2020

Fragmento 12.

12.
Nereida Erimia · Enero 2020
Fragmento

El juego que Persephone comienza, danzando en derredor del árbol del pecado y emitiendo cánticos a la epopeya del amor prohibido, embelesa los oídos del Oscuro y potencia la sonrisa del triunfo en su boca. Aquella doncella no sólo estaba tentada por el Rey de los muertos, éste ocupaba cada fibra de su ser y su figura vagaba a diario en sus pensamientos. Escaso fue el segundo en que pensó que una victoria tan fácil como aquella, casi ni merecía ser vitoreada. No obstante, triunfo semejante no había sido únicamente sobre el corazón de Koré. Su cáliz se alzaba por encima de Deméter e incluso de Zeus, habiéndole robado a éste a su hija y convirtiéndola así en su futura Reina.
La vivaz muchacha sorprendería a Hades con cada uno de sus atrevidos pasos, más todavía con sus besos. El veneno de Dis corría ahora por las venas de la nívea joven, emponzoñando aquello a lo que estaba destinada, decidiendo éste su futuro... en el Infierno.

- Basta -le pide Hades sonriendo-. ¿Qué diría vuestra madre? No debéis ser tan impulsiva con un desconocido -le sorprende éste con comentarios similares, todavía jugando con su mente, fingiendo que se preocupa por su virtud-. Ojalá poder cumplir todos vuestros deseos, dulce Koré, pero mi palabra no convencería a Zeus... tal vez... la vuestra.

Entre engaño y engaño, los amantes se descubren a besos. Nunca un fruto tan jugoso como aquel que cae del árbol del pecado mayor castigado.

- No juguéis así conmigo, pues no podré soportarlo -vuelve a mentir haciendo sentir a la muchacha que es ella la que porta el cetro de poder-.

Las entrañas del mismísimo Infierno arden. El deseo toma como títeres a las marionetas de aquel juego de amor y tretas, y aunque nada hay que pueda contener a Plutón, a si mismo se traza la línea de lo que está permitido y lo que no, buscando un bien mayor para si.

- Ya soy vuestro, Persephone. Y con cada beso lo soy más si cabe, pero sed precavida. No dejéis que la flor de vuestra virtud se queme por jugar demasiado con fuego.

Fragmento 11.

11.
Nereida Erimia · Noviembre 2019
Fragmento

Y aunque las piezas de aquel tablero parecían predispuestas hacia la victoria de aquel que reina sobre los muertos, éste no dudaría en hacer acopio de su superlativa inteligencia para soltar de una cuerda que más tarde volvería a él.

- Si los dioses así lo quieren, Persephone podrá alternar entre su reinado junto a mi y los juegos en el barro junto a Deméter. No lo hago por ti, hermano, sino por ella.

Con una actitud que busca mostrar sibilinamente su preocupación hacia los intereses de la joven, Hades cede ante la idea de que Koré pase los días correspondientes a seis meses junto a su madre y regrese el resto del año con él. Espera, convencido, que ese sea el suficiente tiempo para que Proserpina no dude dónde está su destino. Con paso calmado, se acerca a su reina y con mirada nostálgica coloca un mechón de su cabello tras su oreja.

- Sólo tú puedes ser reina de tu destino -dijo escogiendo con sumo cuidado sus palabras para guiar, una vez más, a la muchacha hacia los caminos que el Inframundo le procuraba-.

Precavido ante la idea de besarla una vez más, queriendo preservar aquel encuentro en una intimidad que sólo les pertenecía a ambos, Dis el Oscuro codició con su mirada los labios de Persephone sin llegar a término y encendiendo la mecha del recuerdo en la nívea. Como un padre que ve partir a su hija, se alejó sin quitarle ojo, convencido de su artimaña. Cuando las dos féminas hubieron partido del Olimpo, Hades esbozó una sonrisa triunfante y Zeus, curioso, le preguntó.

- Volverá -respondió el rey de los muertos-. Ya es mía.

Los días comenzaron a sucederse en la rueda del mañana y cansado de tanta espera, decidió hacer una visita a la joven Koré. Aprovechando un fugad momento de soledad para la joven mientras el resto de ninfas que la seguían estaban en la lejanía, Dis se ocultaría tras el árbol más cercano, arropado por la sombra de éste.

- Bella Persephone -susurró haciendo pecar de curiosidad a la muchacha-. ¿Me añoráis?

Y a los pies del manzano brillaría más que nunca el fruto de la discordia mientras la serpiente siseaba en su oreja.

Fragmento 10.

10.
Nereida Erimia · Julio 2019
Fragmento

Y cuando Hades regresó, aquellos que habitaban el valle de los muertos le observaron conmovidos. Un dios suscitanto pena, suscitando lástima. Juraría poco después que sus vanos intentos por negociar con Zeus y Poseidón un reparto justo en los efectos terrenales de cada uno llegaría a su fin con aquella negativa. Mas el dios no demoró en aposentarse, apoyando el rostro en su mano derecha y permitiendo que la izquierda dejara caer la corona con que jugueteaba. El repiqueteo del oro contra el suelo sacó a Pluto de su ensoñación y le hizo ver que ya iba siendo hora de conquistar tierra vírgen.

Armado con la ira y respaldado por la venganza, valoraría el tesoro más acorde a su injusta situación bailando en mente con los nombres de Minerva, la que impera en las batallas, Vesta, la del fuego sagrado, Diana, la del áureo trono, y Proserpina, la doncella. Encandilado por la belleza de la última y su aparente inocencia, el oscuro Dis se encargaría tarde o temprano en forjar un epíteto adecuado para la muchacha, que pasaría a convertirse en "la que trae la muerte", raptando a ésta y obligándola a llamar a su lecho hogar.

- No os embravezcáis como el océano, Persephone -le advirtió con una sonrisa que respondía a cada uno de los golpes de la doncella-. ¿Acaso buscáis asustarme? ¿Deméter, la de la tierra? -se burló- ¿Habláis de mi hermana, hija de Crono y Rea? Aquella que lleva el nombre de diosa mayor pero vive dedicada a poco más que arar la tierra. ¡Y Zeus! Oh, Zeus, padre de dioses y hombres pero que peca de guardar bajo su túnica un fuego más ardiente que el del mismísimo Inframundo con el cual va concibiendo bástagos como semillas pone Deméter en la tierra.

Tal vez para la hija de la dadora de dones el propio Tártaro se hubiera abierto y las llamas cegaran sus ojos y quemaran los finos dedos de sus pies, pero para el otro, el Invisible, aquella visión celestial y su consiguiente caza correspondía a la del propio caelum, pasando a prestarle un ángel.

- No cerréis los ojos. Abridlos bien y observad este rostro porque no tardará en ser el de vuestro marido, no sólo el de vuestro tío.

Con el brazo del Invisible rodeándola y su mano en aquel triste y asustado semblante, sus miradas se cruzaron y Hades comprendió mejor que nunca que aquel era el precio de tantas vejaciones por parte de sus hermanos y que si podía arrebatársela al mundo, no necesitaría nada más por lo que luchar nunca. En aquel preciso instante, las llamas explotaron en un abrasador final que dejó a las ninfas en lágrimas observando el agujero de su desesperanza y a aquel que reina el caos abrazando su trofeo, protegiéndola del incandescente Infierno al que debería acostumbrarse a partir de entonces.

lunes, 7 de octubre de 2019

Rupert Wyndam-Pryce · Personaje





Rupert

Wyndam-Pryce
................

Datos básicos
· Nombre completo: Rupert Wyndam-Pryce, Mr. Wyndam-Pryce
· Época: Al rededor de 1800
· Edad: 37 años
· Lugar de origen:Inglaterra
· Orientación sexual:Principalmente, heterosexual
· Especie:Humano
· Clase social: Clase Media/Alta
· Ocupación: Dueño de la juguetería Neverland

Descripción psicológica
La psicología que puede presentar un niño encerrado en el cuerpo de un hombre es compleja cuanto menos. No sólo ve factible secuestrar niños para llevar a cabo sus juguetes con la mayor precisión que le aportan cabellera, ojos y uñas de éstos, sino que, al mismo tiempo, con los secuestros y posteriormente deshaciéndose de ellos satisface también esa sed de venganza todavía existente contra los niños que fueron crueles con él en su momento, durante su infancia frustrada.

Si tener el síndrome de Edipo no es suficiente, cuando éste “desapareció” y los años empezaron a comerse su juventud –que no el candor de su niñez-, se presentó el de Peter Pan. Es por ello que su trato con los niños es tan fácil y consigue arrastrarlos a su sótano con pasmosa velocidad. Es así además como aumenta su popularidad entre los clientes que visitan la juguetería, pues siempre hace gala de su dulce sonrisa y sus cuidadas formas aparentemente inocentes.

¿Cómo es, en verdad? Una persona rota desde siempre. Alguien que busca alargar su niñez aun rozando la vejez porque nunca pudo disfrutar de ésta como hubiera querido. Al mismo tiempo, el seguir sintiéndose un niño le hace pensar poco o nada en los problemas de los adultos –aunque lleve un negocio de adultos y acarree con los devaneos que ello significa-. El sexo no le preocupa, las mujeres menos. No es asexual pero, como todo niño, prefiere jugar a tener que preocuparse por las tonterías del género femenino.

Antecedentes Históricos
Nunca una máxima tan acertada como aquella que dice que los niños son terriblemente crueles, pues fue el joven Albert en carne propia quien pudo comprobarlo siendo víctima de burlas y mofas por parte de sus compañeros de colegio debido a problemas de dicción que parecían de imposible remedio.

Su madre, por aquel entonces, solía ser el único pañuelo que secara su tristeza y es por ello que el niño no pudo evitar comenzar a sentir un apego excesivo por ésta. Algo que en adelante mutaría en dependencia, para llegar al conocido complejo de Edipo que por aquel entonces todavía carecía de nombre y descubridor. Su personal donna angelicata y él, el mismísimo Dante.

La juventud trae consigo el inicio de nuevas etapas, así como enfrentarse a nuevas responsabilidades. Es por ello que Albert tomó pronto su primer empleo, buscando apoyar la economía del hogar. Su madre –ese ángel que velaba por él- consiguió que le aceptaran como mozo en una juguetería: la juguetería del señor Wyndam-Pryce.

Prestar ayuda en una juguetería puede resultar el empleo deseado para cualquier niño, pero el señor Wyndam-Pryce se encargaba de que no fuera así para Albert, pues su actitud para con él comenzó siendo de déspota y mezquino. Mas pronto se tornó en todo lo contrario. Pryce descubrió cuan distinto era aquel joven y decidió no sólo sentarlo a su diestra, sino enseñarle todas las peculiaridades del oficio: el amor con que sus juguetes eran hechos a mano, el trato cercano al cliente… y fue entonces que el amor procesado a su donna angelicata se desvaneció, siendo la juguetería su nuevo amor y su dueño, su nuevo padre y mentor.

Desgraciadamente el señor Wyndam-Pryce ya era mayor y no tardó en dejar a Albert. Con la muerte de éste, el joven tomó la juguetería a su nombre y decidió convertirla en aquello que su maestro no había conseguido: un lugar de renombre. Afincada en la diminuta Stratford-Upon-Avon, pero codiciada en el propio Londres.

Albert dedicó a pensar días, semanas e incluso meses. Finalmente, topó con una idea que no le desagradó del todo. Dicha idea radicaba en el secuestro de algunos infantes. Éste los secuestraba, maniataba, cegaba con una venda y arrancaba de ellos no sólo sus cabelleras, sino cejas, uñas, pestañas e incluso ojos. Desde luego, no usaba estos vestigios directamente en la fabricación de sus juguetes, pero si una vez tratados para evitar que se amarillearan o pudrieran. Así pues, los muñecos se veían más reales que nunca y ello hizo crecer considerablemente su popularidad.

Por desgracia para Albert, la noche menos esperada, uno de los niños consiguió escapar y al poco rato no sólo los padres de éste se presentaron en la juguetería, sino los padres de todos los infantes desaparecidos en los últimos meses. No buscaban hablar con el juguetero, sólo venganza. Es por ello que quemaron su juguetería hasta los cimientos, pensando que el juguetero se encontraría dentro, pero erraron. Al día siguiente, Albert creyó morir al ver su sueño hecho cenizas. Sin embargo, de la misma forma que siguió adelante tras la muerte de Pryce, tampoco pensaba rendirse en este caso.

Albert dejó atrás Inglaterra. Su nuevo destino era Francia y su nueva identidad cambiaría tanto como su aspecto. Había llegado la hora de dejarse de medias tintas. Se convertiría en el mejor juguetero de todo el país galo y no pensaba dejar que nadie le detuviera esta vez.

Datos extra
· Una vez se mudó a Francia, tomó el nombre de Rupert porque fue así como bautizó al primer oso de peluche al que logró llamar suyo.
· Su nuevo apellido es en honor de su mentor, el señor Wyndam-Pryce.
· Puesto que al hablar de Albert -ahora Rupert- hablamos más de un niño que de un adulto, tiene la mala costumbre de comer muchísimos dulces y no deja que ningún experto revise su dentadura.
· El nombre de su juguetería es Neverland, y será en 1900 que el escritor escocés James Matthew Barrie cree al personaje ficticio de Peter Pan tras rumores, especulaciones y en adelante trabajo de campo del propio escritor con respecto al propio Wyndam-Pryce.
· Su forma de peinarse tiene un porqué y es que se niega a que el flequillo que tenía cuando era niño desaparezca. Sin embargo, no se da cuenta de que con los años comienza a tener bastante entradas y su intento de flequillo le queda bastante ridículo.
· Aunque sus juguetes son sus únicos amigos, sí que echa en falta algo de contacto humano. No obstante, sus experiencias nunca han sido buenas -infancia, padres que queman su juguetería- y por eso le cuesta decidirse a la hora de trabar amistad con quien sea.

Nereida Erimia | Febrero 2016 •