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Datos básicos
· Nombre completo: Rupert Wyndam-Pryce, Mr. Wyndam-Pryce
· Época: Al rededor de 1800
· Edad: 37 años
· Lugar de origen:Inglaterra
· Orientación sexual:Principalmente, heterosexual
· Especie:Humano
· Clase social: Clase Media/Alta
· Ocupación: Dueño de la juguetería Neverland
Descripción psicológica
La psicología que puede presentar un niño encerrado en el cuerpo de un hombre es compleja cuanto menos. No sólo ve factible secuestrar niños para llevar a cabo sus juguetes con la mayor precisión que le aportan cabellera, ojos y uñas de éstos, sino que, al mismo tiempo, con los secuestros y posteriormente deshaciéndose de ellos satisface también esa sed de venganza todavía existente contra los niños que fueron crueles con él en su momento, durante su infancia frustrada.
Si tener el síndrome de Edipo no es suficiente, cuando éste “desapareció” y los años empezaron a comerse su juventud –que no el candor de su niñez-, se presentó el de Peter Pan. Es por ello que su trato con los niños es tan fácil y consigue arrastrarlos a su sótano con pasmosa velocidad. Es así además como aumenta su popularidad entre los clientes que visitan la juguetería, pues siempre hace gala de su dulce sonrisa y sus cuidadas formas aparentemente inocentes.
¿Cómo es, en verdad? Una persona rota desde siempre. Alguien que busca alargar su niñez aun rozando la vejez porque nunca pudo disfrutar de ésta como hubiera querido. Al mismo tiempo, el seguir sintiéndose un niño le hace pensar poco o nada en los problemas de los adultos –aunque lleve un negocio de adultos y acarree con los devaneos que ello significa-. El sexo no le preocupa, las mujeres menos. No es asexual pero, como todo niño, prefiere jugar a tener que preocuparse por las tonterías del género femenino.
Antecedentes Históricos
Nunca una máxima tan acertada como aquella que dice que los niños son terriblemente crueles, pues fue el joven Albert en carne propia quien pudo comprobarlo siendo víctima de burlas y mofas por parte de sus compañeros de colegio debido a problemas de dicción que parecían de imposible remedio.
Su madre, por aquel entonces, solía ser el único pañuelo que secara su tristeza y es por ello que el niño no pudo evitar comenzar a sentir un apego excesivo por ésta. Algo que en adelante mutaría en dependencia, para llegar al conocido complejo de Edipo que por aquel entonces todavía carecía de nombre y descubridor. Su personal donna angelicata y él, el mismísimo Dante.
La juventud trae consigo el inicio de nuevas etapas, así como enfrentarse a nuevas responsabilidades. Es por ello que Albert tomó pronto su primer empleo, buscando apoyar la economía del hogar. Su madre –ese ángel que velaba por él- consiguió que le aceptaran como mozo en una juguetería: la juguetería del señor Wyndam-Pryce.
Prestar ayuda en una juguetería puede resultar el empleo deseado para cualquier niño, pero el señor Wyndam-Pryce se encargaba de que no fuera así para Albert, pues su actitud para con él comenzó siendo de déspota y mezquino. Mas pronto se tornó en todo lo contrario. Pryce descubrió cuan distinto era aquel joven y decidió no sólo sentarlo a su diestra, sino enseñarle todas las peculiaridades del oficio: el amor con que sus juguetes eran hechos a mano, el trato cercano al cliente… y fue entonces que el amor procesado a su donna angelicata se desvaneció, siendo la juguetería su nuevo amor y su dueño, su nuevo padre y mentor.
Desgraciadamente el señor Wyndam-Pryce ya era mayor y no tardó en dejar a Albert. Con la muerte de éste, el joven tomó la juguetería a su nombre y decidió convertirla en aquello que su maestro no había conseguido: un lugar de renombre. Afincada en la diminuta Stratford-Upon-Avon, pero codiciada en el propio Londres.
Albert dedicó a pensar días, semanas e incluso meses. Finalmente, topó con una idea que no le desagradó del todo. Dicha idea radicaba en el secuestro de algunos infantes. Éste los secuestraba, maniataba, cegaba con una venda y arrancaba de ellos no sólo sus cabelleras, sino cejas, uñas, pestañas e incluso ojos. Desde luego, no usaba estos vestigios directamente en la fabricación de sus juguetes, pero si una vez tratados para evitar que se amarillearan o pudrieran.
Así pues, los muñecos se veían más reales que nunca y ello hizo crecer considerablemente su popularidad.
Por desgracia para Albert, la noche menos esperada, uno de los niños consiguió escapar y al poco rato no sólo los padres de éste se presentaron en la juguetería, sino los padres de todos los infantes desaparecidos en los últimos meses. No buscaban hablar con el juguetero, sólo venganza. Es por ello que quemaron su juguetería hasta los cimientos, pensando que el juguetero se encontraría dentro, pero erraron.
Al día siguiente, Albert creyó morir al ver su sueño hecho cenizas.
Sin embargo, de la misma forma que siguió adelante tras la muerte de Pryce, tampoco pensaba rendirse en este caso.
Albert dejó atrás Inglaterra. Su nuevo destino era Francia y su nueva identidad cambiaría tanto como su aspecto. Había llegado la hora de dejarse de medias tintas. Se convertiría en el mejor juguetero de todo el país galo y no pensaba dejar que nadie le detuviera esta vez.
Datos extra
· Una vez se mudó a Francia, tomó el nombre de Rupert porque fue así como bautizó al primer oso de peluche al que logró llamar suyo.
· Su nuevo apellido es en honor de su mentor, el señor Wyndam-Pryce.
· Puesto que al hablar de Albert -ahora Rupert- hablamos más de un niño que de un adulto, tiene la mala costumbre de comer muchísimos dulces y no deja que ningún experto revise su dentadura.
· El nombre de su juguetería es Neverland, y será en 1900 que el escritor escocés James Matthew Barrie cree al personaje ficticio de Peter Pan tras rumores, especulaciones y en adelante trabajo de campo del propio escritor con respecto al propio Wyndam-Pryce.
· Su forma de peinarse tiene un porqué y es que se niega a que el flequillo que tenía cuando era niño desaparezca. Sin embargo, no se da cuenta de que con los años comienza a tener bastante entradas y su intento de flequillo le queda bastante ridículo.
· Aunque sus juguetes son sus únicos amigos, sí que echa en falta algo de contacto humano. No obstante, sus experiencias nunca han sido buenas -infancia, padres que queman su juguetería- y por eso le cuesta decidirse a la hora de trabar amistad con quien sea.
Nereida Erimia | Febrero 2016 •